Vicente, ese chico que todas veían, un chico de ojos tiernos y feroces, tal como su personalidad.
Vicente vivía solo, deambulaba en nuevas calles, le sonreía a un par de extraño, ya no todas lo veían,
esta vez, estaba perdido, se había alejado de esas miradas, de esos amigos, de sus acostumbrados
olores y sonidos, emprendía una nueva aventura... Vicente buscaba el amor.
Astrid era una chica llamativa, ruidosa y extravagante, solía brincar al ritmo de la música y evocar
espíritus desconocidos, tenia un matiz diurno, tanto como un matiz nocturno, sus ojos cambiaban de verde a miel, como su vestimenta de rosa a gris plomo.
Vicente y Astrid se conocieron, muy pero muy lejos de casa, sus manos no calzaban, pero sus ojos se encontraban, Vicente deseaba amar, Astrid entender. Sus pensamientos eran muy opuestos, pero había algo que no variaba, el interés mutuo, el misterio que representaba el uno para el otro... Sin pensar, sin preguntar, sin saber, Vicente y Astrid decidieron perderse juntos, ambos tomaron sus valijas y corrieron una tarde de verano, hacia el bosque, un denso bosque, bañado por rayos de sol que entraban por entre los arboles; al parar, el se puso detrás de ella, con sus manos, tapo sus ojos y le dijo "ahora bella, camina", caminaron no por mucho cuando el se detuvo, y le dijo al oído, "es justo lo que querías", ella al abrir los ojos lanzo un suspiro mudo, era la casa que había soñado.
Una regia puerta de metal les daba la bienvenida, se acercaron, y Astrid, poniendo la mano sobre el picaporte, abrió la puerta; se encontró frente a un cuarto, con aroma a jazmín, un techo casi tan alto como el cielo, pisos de madera, una gran cama al centro, frente a ella, un torno, pensado especialmente para que ella pudiera desempeñar sus trabajos en cerámica, la luz natural entraba a través de un maravilloso balcón, tal como ella lo soñó. Vicente, mirándola satisfecho, sonreía para si mismo.
"Es nuestro hogar", Astrid conmovida, lo miro tiernamente, lo beso, pero no dijo nada.
Pasaron los días, y también la magia del primero, ella, metida en su pequeño palacio soñado, añoraba a su madre, añoraba la extravagancia, la música, y a sus antiguos espíritus. Mas de una vez los intento evocar de nuevo, pero ellos, no daban respuesta. Vicente la veía, y sufría con ella, pensando que nunca llegaría a entenderla, y que aun así, sentía que debía amarla, la besaba, la tocaba. Con los días, Astrid se volvió cada vez mas distante, mas fría, su mirada se perdía, hacia mas allá del cielo, a veces, hasta llegaba a parecer un cuerpo solo, carente de alma. Pobres amantes, perdidos el uno del otro...
Un día, en algún lugar del bosque, Astrid lloraba sentada al pie de un árbol, tratando de acabar con ese sentimiento tan duro que la invadía, de pronto, entre los rayos del sol que calentaban su rostro, se vio bajar un destello, un tintineo de luz purpura que rompía el silencio con tiernas sonrisas... No lo podía creer, un espíritu vino a ella, justo cuando se sentía hueca. Se saludaron, el la invadió, la envolvió con sus colores, con sus aromas, y ella se dejo envolver. Pasaron la tarde juntos, mientras caminaban, el revoloteó en su cabello, se acerco a sus labios y absorbió sus palabras, ella, saltaba y sonreía, creando con su propia voz, la música que tanto añoraba. Al volver a casa esa noche, ya Vicente estaba dormido, Astrid se metió cuidadosamente entre las cobijas y no dejo de pensar ni en Vicente ni en El.
Al día siguiente, se escapo de nuevo a ese árbol, donde volvió a reunirse con El Espíritu, esta vez fueron al río. Al llegar allí y viendo el brillo del agua bajo el sol de la tarde, Astrid no pudo evitar preguntarle al Espíritu porque había venido a ella. Hubo un silencio prolongado hasta que se pronunció... "Tu me creaste", y de pronto, el humo purpura fue desapareciendo, ascendiendo muy lentamente hacia la copa de los arboles hasta que ya no quedo nada de el... Toda la tarde y parte de la noche se quedó Astrid allí, mirando el leve oleaje del río, pensando en esas palabras.
Finalmente volvió a la casa, donde Vicente la esperaba, con una luz prendida, un manojo de preguntas y un corazón roto.
"Te he seguido" le exclamo. Fría ante sus palabras, ella solo lo miro, esperando escuchar mas, pero no se dijo mas.
Uno, dos y tres días pasaron, Vicente no estuvo en casa, Astrid, aun pensaba en esas palabras "Tu me creaste", poco comía, poco bebía, solo pensaba, cada cinco minutos un par de lágrimas rozaban apresuradamente sus mejillas, y un desagradable nudo se atravesaba en su garganta. La tristeza no había pasado con la visita del Espiritu, de hecho, se había acrecentado, entonces que era lo que la aquejaba.
Ya había pasado una semana, y Vicente volvió, con los ojos fieros que lo caracterizaban, y tan silencioso como un muerto.
Al verlo de nuevo, el corazón de Astrid se expandió y se retrajo tan rápido que tuvo que agarrarse el pecho por miedo a que saliera, pero no pronuncio palabra.
Al dia siguiente, Astrid escribió una carta, la mejor manera que consiguió para explicar sus sentimientos, y asi le dijo:
"Querido mio, no se de que manera explicartelo, pero haré lo mejor que pueda a través de este texto. Mis días solían estar rodeados de luces, nunca estuve sola, nunca me separe de mi madre, nunca deje de ser la pequeña princesa, creía en esos cuentos de hadas a medias, era solo soñar con ese príncipe mientras estuviera bajo mis rosadas cobijas, mientras estuviera en esa fortaleza que construyen los que te quieren con su amor, y me hice adicta a eso. Confiando en ti, emprendí este viaje, pero no era cuestión de solo confiar en ti, debía confiar en mi principalmente, para lidiar con esto, para aprender a vivir, para aprender a amar bajo un nuevo concepto: amor de mujer. Me fue muy difícil desprenderme de esos espíritus, de esas hadas, de esos unicornios que tocaban a mi ventana cada noche, me fue difícil verme adulta, me fue difícil volver a conocerme. Nunca habría pedido algo mas que lo que tu eres y me has dado, he sido, como he tratado de decirlo con lo anterior, una inmadura, una chica eterna, que se negaba a crecer. "Tu me creaste" fueron las ultimas palabras de ese espíritu que viste sentado a mi lado a orillas del río.
Todos estos días no he hecho mas que repetir esas palabras en mi mente, y, casi como una revelación entendí que, tal como hacen los niños pequeños, me cree un amigo imaginario, que me diera albergue para no tener que perder mi infancia aun, lo alimente, pero no lo pude mantener, es tan obvio que ya no soy una niña... Así que, con mucha pena, te ruego me perdones, mi mente jugo conmigo y no supe como lidiar con esto tan maravilloso que estaba viviendo."
Vicente llego a la casa esa tarde y encontró la carta doblada sobre su almohada, se sentó sobre la cama, y lentamente leyo y releyo su contenido, Astrid, sentada en un rincón de la habitación lo veía con pena, con un enorme dolor en el pecho y los ojos hinchados de tanto llanto.
El, se acerco y la levanto, la abrazo, en un abrazo eterno y sentido, y luego la beso en la frente "te perdono".
Astrid, empezó a sentirse menos como la princesa que leía en los cuentos con su madre, y mas como su madre, como una mujer amante, apasionada y fuerte. Vicente, acompañandola, no dejaba de ser aquel príncipe que aunque los cuentos dejen atrás, toda niña y toda mujer aspiran. Construyeron un amplio jardín, donde, cada vez que alguno de los dos se sentía triste, plantaba una nueva especie de flor,así cada lágrima se convertiría con el tiempo en una hermoso capullo, recordándoles las cosas bellas que pueden surgir del dolor, haciéndolos reflexionar acerca de la vida, de su flujo, haciéndolos fortalecer el amor.